sábado, 6 de septiembre de 2008

Más sobre reservas, y trenes suecos

A finales de agosto decidí improvisar un viaje a Suecia para conocer por fin Estocolmo. Cualquiera se puede imaginar que buscar un hotel para finales de agosto con unos pocos días de antelación parece una prueba del Que apostamos o un programa de ese tipo. En las webs que utilizo normalmente, como Venere o Booking, ya sólo quedaban hoteles de lujo, lo que vuelve a demostrar que la ley de la oferta y la demanda es mentira, casi nadie demanda hoteles de ese tipo; si existen es para aprovecharse de incautos que dejan la reserva para última hora, que es para lo único que sirve también la primera clase en los trenes. Pero el caso es que en varias webs de hoteles (naturalmente, existen muchísimas que trabajan todas con la misma base de datos) uno se encuentra con que no le ofrecen confirmación inmediata, sino que tardan en teoría menos de 48 horas en decirte si tienes la habitación o no.

Por mi experiencia en este caso, me atrevo a decir que cuando un hotel no confirma inmediatamente es porque no tiene habitaciones libres. Lo que creo que hacen estas webs es busca y captura de cancelaciones de reservas; si alguien cancela, tienes tu habitación. De lo contrario, al cabo de 48 horas recibirás un mensaje diciéndote que no han podido confirmar tu reserva y ofreciéndote un hotel muchísimo más caro y alejado por si te interesa. Es decir, te han hecho perder el tiempo. Si estás reservando con mucha antelación, puedes probar, pero si tienes poco tiempo, lo mejor es otra web. Puede ser que estas páginas tengan mejores ofertas; lo que se puede hacer en este caso es buscar el mismo hotel en otra web que sí ofrezca confirmación inmediata (y donde a lo mejor la misma habitación cuesta más dinero), y en el improbable caso de que el hotel sí tenga habitaciones disponibles reservarlo en la web más barata que no confirma en el momento.

El caso es que me costó Dios y ayuda (y bastante dinero) encontrar hotel. Tal vez hable más detenidamente de Estocolmo en otra entrada, ahora aprovecho sólo para comentar un aviso respecto al transporte del aeropuerto de Arlanda hasta el centro. Existe un tren rápido y extraordinariamente caro que es el Arlanda Express. En el centro de información del aeropuerto sólo van a hablar de esa posibilidad o de un autobús que cuesta la mitad de precio pero que tarda una hora en llegar. No sé si a propósito o no, nadie me dijo que el tren que va de Estocolmo a Uppsala para en Arlanda, tarda apenas más que el Arlanda Express, y es mucho más barato incluso que el autobús.

Un último apunte sobre los trenes suecos; han sido privatizados hace unos años y a raíz de la proliferación de compañías ahora funcionan como los aviones. El concepto de tantos kilómetros tanto precio ya no se aplica; como en el avión, el que viaja a tu lado en el tren puede haber pagado el doble que tú, o tal vez tres veces menos, el viaje en fin de semana es mucho más caro que por semana, etc. Así que no se puede dar por hecho que la vuelta va a costar lo mismo que la ida, etc. Bienvenidos a las maravillas del libre mercado.

sábado, 2 de agosto de 2008

Hamburgo

Acabo de pasar tres semanas en Hamburgo haciendo un curso de alemán. Ya se sabe que en estos cursos en el extranjero se aprende más italiano que otra cosa, puesto que vaya uno a donde vaya, los españoles y los italianos lo llenan todo. Aunque mi nivel de alemán siga siendo más bien lamentable, al menos he podido conocer una de las ciudades más importantes del país.



La primera curiosidad de Hamburgo es que, siendo el primer puerto comercial de Europa, no tiene mar. Ni el mar del Norte ni el Báltico, al que los alemanas llaman mar del este, están demasiado lejos, pero tampoco cerca; hay playas más cercanas, pero una excursión a un sitio bonito de la costa o a una de las islas de la zona suponen varias horas de viaje. Pero el río Elba con esa cantidad de barcos, grúas y contenedores parece un mar con todas las de la ley, sobre todo porque aunque los patos naden en él y no tenga olor a sal, eso en esas latitudes es normal, en el Báltico ocurre lo mismo.


Se trata de una ciudad de contrastes; la zona centro, constituída por el Alster, un lago con un chorro vertical de agua en medio que recuerda a Ginebra, y los canalillos que va formando el río está surcada de tiendas de moda de primerísimas marcas, teatros elegantes y edificios decimonónicos, todo ello presidido por la imponente Rathaus (ayuntamiento). Por allí se puede comprobar que Hamburgo es una ciudad en la que se mueve mucho dinero. Pero la otra cara es la famosa Reeperbahn, la zona de marcha extremadamente portuaria donde se alternan bares llenos de luces de colores, fotos y una pachanga musical que convertirían en fino y sofisticado al garito más decadente del mediterráneo español, con sex-shops, espectáculos de sexo en vivo y prostitutas que acosan realmente al viandante en los alrededores de la plaza de Hans Alpert, donde según cuentan los lugareños las chicas hacen la calle con ropa de ski durante el invierno. No falta tampoco una zona de profesionales del sexo expuestas en vitrinas, como en Amsterdam o Amberes.



Los alemanes llaman a Hamburgo el pueblo más grande del mundo. De hecho sólo el puerto gigantesco, que recibe constantemente visitas de los grandes transatlánticos, es propio de una gran ciudad; la zona centro es pequeña y la gran urbe se extiende a lo largo de una serie de barrios que nunca dan sensación de asfalto por la enorme cantidad de espacio verde. Podemos destacar el muy animado distrito de Sant Pauli, zona de universitarios, artistas y punkies donde se puede apreciar la fuerza que tiene el movimiento okupa en las ciudades alemanas. Con un poco de suerte el turista de fin de semana tal vez pueda presenciar algún enfrentamiento con la policía en el gigantesco solar okupado en la calle Schulterblatt.



Más burgués y tranquilo es el barrio de Altona, próximo al puerto, cuya impresionante vista se puede contemplar desde sus colinas. Está situado bastante en el centro de la gigantesca área urbana de Hamburgo, pero da la sensación de afueras por sus mansiones ajardinadas muy similares a las que se ven en las películas norteamericanas.




Otros dos espacios estrella de la ciudad son Planten und Blomen, un jardín próximo al centro y a la universidad en cuyas fuentes se ofrece en las noches de verano un espectáculo de luz y música, y otro espacio verde todavía más grande, el Stadtpark. Allí se puede uno topar con gente bañándose en su lago central, formado por uno de los múltiples canales del Elba que surcan toda la ciudad, otros remando en barcas, tirados en la hierba o escuchando un concierto de rock cristiano (!!). Por supuesto no falta en este parque principal un Biergarten; se trata de un chiringuito de tamaño respetable en el que se ofrece típica comida alemana (salchichas de todo tipo, cerdo empanado, ensalada de patata ahogada en mayonesa o sauerkraut, una verdura amarga) que se degusta sentado en un banco de madera, algo similar a una fiesta gastronómica española sólo que funciona durante todo el verano. Y luego están los estupendos helados al precio irrisorio de 70 céntimos por un cono .... Eso sí que es vivir bien.

jueves, 17 de julio de 2008

Reservas hoteleras: cuidado con los timos

Cada vez menos, pero sigue habiendo gente reacia a reservar hoteles por Internet. Es cierto que la primera vez que lo hice pensaba si realmente iba a funcionar una reserva efectuada sin hablar con nadie ni siquiera por teléfono. Ahora me parece ya lo más habitual y, por mi experiencia al menos, webs como Bookings o Venere funcionan bastante bien, facilitan la búsqueda en función de zonas, precios, etc. y dan una información fiable y próxima a la realidad de lo que luego son los hoteles.

No obstante hay que andarse con ojo porque algunos establecimientos abusan de que el usuario está acostumbrado a unas condiciones bastante estandarizadas en todos los hoteles del mundo e intentan timarte. Me explico; ya sé que hay que fijarse en si la habitación tiene baño propio o si el baño es compartido, si el desayuno está incluido o no y cuál es la hora a la que hay que abandonar la habitación el último día (normalmente son las 12 pero no es raro que sean las 11 o incluso las 10). Pero hay otras cosas en las que no me fijo porque las doy por supuestas, como es que la limpieza de la habitación está incluida en el precio, o que uno puede llegar a la hora que quiera el primer día siempre que avise para que no le cancelen la reserva. Pues bien, ahí es donde sacan partida sinvergüenzas como los regentes de esta cadena de apartamentos de Berlín.

En los primeros hoteles en los que hice reserva on line me leí al dedillo todas las condiciones; ahora como estoy acostumbrado he bajado la guardia y doy por hecho que no están intentando timarme. Error; de la inocencia de incautos como yo intentan aprovecharse algunos listillos como estos señores, que meten por ahí, perdidos entre la letra pequeña, suplementos por entrar más tarde de las 19 horas (??) o por limpiarte la habitación cuando te vas (??????). Por no hablar de que no te dejan pagar con tarjeta de crédito, algo que a ellos les beneficia, porque no pagan la comisión del banco, pero que perjudica al usuario que tiene o que viajar con más dinero desde España o que gastarse una pasta en comisiones de cajero automático para pagar a estos señores.

Por confiado, cometí el error de hacer una reserva con ellos. En la misma, que era por dos noches, me ponía, en letras mayúsculas y negrita, precio total de la reserva 130 euros. Encima, en letra enana, ponía "coste del servicio de limpieza no incluido en el total: 30 euros". Para más inri, me iban a clavar 20 euros de suplemento porque mi avión aterrizaba a las 19 horas. Es decir, iba a pagar 180 euros por una reserva cuyo coste "total" es 130. Algo que me saca de quicio es la "publicidad engañosa", a la que yo prefiero llamar sin más miramientos "intento de estafa". ¿Cómo se come, según cualquier diccionario, lo de "no incluido en el total"? Que yo sepa, total quiere decir que incluye todo; si hay que añadir un suplemento, no es total.

Ni corto ni perezoso cancelé la reserva y les escribí a los de los apartamentos poniéndolos verdes por intentar estafarme. Hete aquí que faltaba lo mejor: pretendían cobrarme el precio íntegro de la reserva, las dos noches, por haber cancelado cinco días antes. Aquí me gustaría precisar una cosa; que uno haya firmado un contrato no significa que si en ese contrato pone burradas haya que cumplirlas. Quiero decir que yo puedo convencer a un incauto de que me firme que cada vez que llueva me tiene que pagar mil euros; si voy a la justicia y le reclamo 7000 euros porque ha llovido toda la semana, salvo que dé con un juez tarado, que puede haber alguno, me van a decir que tururú y que no tengo derecho a cobrar ni un duro por mucho que el señor haya firmado que me iba a pagar. Entiendo que un hotel te cobre si haces una reserva, no la cancelas y no te presentas, porque le has hecho perder un cliente, les has causado un perjuicio a los dueños; aún en ese caso te cobran una noche, no el valor entero de la reserva, como pretendían hacer estos caraduras.

Pero si tú has cancelado con antelación y tu apartamento se lo han alquilado a otro, no tienen ningún derecho a pedirte nada, porque no les has causado ningún perjuicio; su contrato abusivo puede decir misa pero ante un tribunal no pueden pedirte indemnización si no hay daños por medio. Eso sí, mejor no dejarte robar que conseguir que te devuelvan el dinero que te han robado, así que opté por cancelar la tarjeta de crédito y que me denuncien si tienen ganas de perder el tiempo. No me extraña que en su página web los comentarios de los huéspedes estén cerrados, es decir, es imposible escribir ningún comentario. Evidentemente, lo que pone ahí lo han escrito los del propio hotel porque no hay ninguna forma de que ningún cliente escriba nada. Si la hubiera, me imagino que las palabras timo y estafa abundarían por doquier.

En fin, que mucho cuidado en dar por hecho que las condiciones del alquiler de la habitación van a ser las de siempre, hay que leer todo con atención. Pero si se mete la pata y se cae en algún timo como éste, tampoco debemos amedrentarnos ni ir al hotel de mala gana; al final encontré un apartamento precioso en Berlín, no tan pijotero como estos, pero con un dueño amabilísimo y más barato. Debo decir que la gente de Bookings se portó además estupendamente, una chica muy amable se molestó en llamarme para ver que había pasado y hasta se ofreció a "mediar" con los caraduras de los apartamentos, aunque no había ninguna mediación que hacer.

jueves, 5 de junio de 2008

Cabo de Gata


Las pasadas vacaciones de semana santa pasé unos cuantos días en el cabo de Gata esperando disfrutar de un bonito paisaje natural y de playa sin calor excesivo ... en lo primero acerté, en lo segundo no tanto; irse al desierto para encontrar lluvia es irónico, pero hubo días en los que no paró de caer agua de la mañana a la noche, el silbido del viento era más bien un alarido y al ponerse el sol la temperatura se situaba por debajo del nivel de fresquito. La lluvia nos impidió disfrutar de la playa pero a cambio posibilitó llevar a cabo excursiones y rutas de minisenderismo que habrían resultado impracticables bajo la solana que me imagino que hará la mayor parte del año.
Pero también hubo momentos de sol en los que pude sacar algunas de estas fotos. He aquí el desierto de Europa; la carretera que lleva desde Almería capital, que no queda demasiado lejos y que vale la pena visitar por su Alcazaba, una fortaleza de origen árabe en lo alto de la ciudad, pasa por los escenarios de los spaghetti-western que se rodaron en España y desde mucho antes de acercarse al cabo son habituales los cactos, chumberas y los invernaderos, que supongo que son la gran riqueza de la comarca. En cuanto al cabo, está todo integrado en el gigantesco ayuntamiento de Níjar, que cuenta con un sinfín de pequeños pueblos típicamente mediterráneos de casitas blancas. Esta zona podría ser una alternativa mucho más natural al turismo masivo de otras zonas del Mediterráneo, ahora que Ibiza se ha puesto tan pijo y tan caro sería una buena opción que ocupara un poco su puesto. De hecho en los pueblos costeros se ven unos cuantos neohippies y guiris que se han comprado por allí una segunda residencia buscando sol y tranquilidad.

domingo, 4 de mayo de 2008

Oslo

Este puente me he acercado a Escandinavia, algo que me gusta hacer cuando las obligaciones y sobre todo el bolsillo me lo permiten, y le ha tocado el turno a Noruega. Oslo tiene dos aeropuertos, el Oslo Airport y el de Torp, que es el que trabaja con Ryanair. Los vuelos de Ryanair evidentemente son más baratos, pero conviene estudiar si la diferencia compensa, puesto que Torp está muy lejos de Oslo, a hora y media de trayecto en un autobús que cuesta la friolera de 290 coronas el trayecto ida y vuelta (unos 35 euros). Además, los horarios que se pueden descargar desde la web de la empresa de autobuses no están actualizados ni son de fiar, cuando fui a coger el bus de vuelta resulta que partía media hora más tarde de lo que ponía su web: afortunadamente no fue media hora antes. Mientras al aeropuerto principal de Oslo hay trenes y autobuses continuamente, al de Torp hay un solo autobús para cada vuelo que sale así que mucho ojo con no perderlo, puesto que el siguiente puede salir una hora u hora y media después.












Una vez en la ciudad, es más bien pequeña y práctica para visitar. Hay una calle principal, la Karl Johans gate, en la que se encuentran la catedral, el parlamento, la universidad, el teatro nacional y, al final, el palacio real, sobre el parque de Slotts. El ayuntamiento está muy próximo pero un poco más abajo, ya pegado al mar y al castillo de Akershus, una fortaleza que la familia real utiliza para alguna que otra cena de gala. Arquitectónicamente es una ciudad sobria, como todas las escandinavas, e incluso más discreta que Copenhage o Estocolmo, ya que el estado noruego es más reciente y tiene una historia menos esplendorosa.















El primer punto estrella de la ciudad es la National gallery, especialmente la sala dedicada a Edvard Munch, donde se puede ver la Madonna, El beso y, como no, El grito. Esto ha dejado un poco sin sentido la existencia del museo Munch, que ya sólo vale la pena para los que estén muy interesados en el artista y quieran ver otras obras no tan conocidas como su Vampira. Queda en la parte alta de la ciudad, así que hay que ir allí a propósito, y cierra a unos horarios poco adecuados para los españoles, las 4 de la tarde. El ir hasta esa zona me permitió ver Toyen, un barrio de inmigrantes, y si se dispone de tiempo, que no era mi caso, el museo se encuentra en medio de un extenso parque que alberga también otro museo, el de historia natural.












Pero para parques, aparte del Slottsparken, pequeño pero que acoge al discreto palacio real, el rey es Frognerparken, una de cuyas partes se conoce como parque de Vigeland por albergar las esculturas de este señor, que como se puede ver son bastante impresionantes. Está situado en la parte noroeste de la ciudad y si no llueve se puede ir caminando desde el centro atravesando el muy burgués barrio de Briskeby.

Hay todavía otro parque-museo más, el del pueblo, el Folkemuseum. Consiste en un montón de casas tradicionales vikingas (algo así como el Pueblo Español de Barcelona pero en versión noruega) junto con reconstrucciones de edificios antiguos como tiendas, escuelas y una espectacular iglesia de madera. Está lejillos del centro pero eso en vez de resultar un inconveniente es más bien una ventaja porque permite coger el barco para ir hasta allí. Muy cerca se encuentra otro museo importante, esta vez cerrado, el de los barcos vikingos, donde han restaurado tres naves funerarias de la época medieval.












Con tanto museo uno podría plantearse comprar la tarjeta Oslopass, que permite el acceso gratuito a todos estos sitios. Lo cierto es que la National Gallery es gratis y la entrada a la zona exterior del Folkemuseum, que es lo interesante, cuesta sólo 10 coronas, así que salvo que uno sea muy museístico o que llueva mucho (que es probable) considero que no vale la pena. Yo la compré porque llovía y luego me arrepentí cuando vi lucir el sol por la tarde, pero mejor así, claro. Ya que la había comprado visité la casa de Henrik Ibsen, que han convertido en museo e intentado preservar como era durante la vida del autor. Como, aunque me apetece hacerlo, no he visto ninguna de sus obras, lo que evidentemente sorprendió a la amable y sonriente guía que me enseñó la casa para mi solo, mi principal interés residía en ver cómo era una vivienda de finales del XIX, así que me decepcionó que no hubieran podido conservar la cocina, aunque el salón, despacho y las habitaciones sí estaban perfectamente restauradas.

Al igual que la Oslopass, tampoco recomiendo el barco que hace cruceros turísticos por el fiordo: es muy caro y uno puede hacer casi el mismo recorrido por menos dinero en transporte público (que en Oslo puede ser autobús, tranvía o en este caso barco), parando además el tiempo que quiera en cada una de las islas. Siendo de Vigo, el fiordo con sus colinas llenas de casitas al pie del mar me recordó naturalmente a las Rías Bajas. Si el turista tiene suerte y le toca un día de sol, es realmente precioso.












Por último, Oslo es cara incluso para los suecos que van allí a pasar el fin de semana, así que asústense. Todos los bares y restaurantes se ven tan finos que da miedo meterse y los precios de las cervezas son escalofriantes. Y toda la vida nocturna sin excepción se acaba a las tres de la mañana. Bueno, no toda ... Quien busque experiencias más íntimas puede escuchar la llamada (Hi darling) de las alegres señoritas que proliferan por la Karl Johans gate y por buena parte del centro de la ciudad. Parece que lo de la calle Montera de Madrid no es tan excepcional ...

miércoles, 19 de marzo de 2008

Las oficinas de turismo

Quien haga turismo con frecuencia sabe que las oficinas de atención al visitante en las distintas ciudades son de lo más variopinto; por lo general abundan en ellas los folletos con informaciones obsoletas y su utilidad, que podría ser mucho más amplia, se limita a dispensar planos de la ciudad, por lo general de forma gratuita. Su principal defecto es su horario: resulta que cierran los domingos, que son los días en los que un lugar tiene mayor afluencia de visitas, al caer la tarde y, en los países latinos, también a mediodía, otra hora habitual de llegada de los turistas. ¿Sería muy utópico colocar planos y folletos que estuvieran disponibles las 24 horas, incluso estando cerrada la oficina? ¿Es de suponer que una pila de mapas se agotaría a los pocos minutos? Tal vez, pero mucho más papel se gasta en causas bastante más inútiles.

Respecto a las informaciones y la atención que se presta al visitante, no se puede establecer una norma general ni es fácil saber si los ejemplos positivos o negativos se refieren a la pericia de la persona que nos atendió en concreto o es política de la casa. En cualquier caso, como ejemplos de oficinas de turismo de poca utilidad pondría la de Bruselas, en la que si uno pregunta por trenes u otros medios de transporte hacia las otras ciudades belgas la única información que te dan es la dirección de la estación de tren para que preguntes allí. Como ejemplo contrario, mi mejor experiencia fue en Locarno, ciudad de la Suiza italiana en cuya oficina de turismo una amabilísima empleada consiguió llevar a cabo la imposible tarea de encontrarnos a un amigo y a mi una habitación donde pasar la noche un día de agosto durante la celebración del festival de cine en la localidad, toda una odisea. La mujer, aparte de dominar el inglés más las tres lenguas de Suiza, italiano, francés y alemán, se molestó en hacer llamadas a no sé cuantos sitios durante una media hora; de no ser por su gestión nuestra imprudencia de no haber hecho ninguna reserva nos habría llevado a dormir en el coche, por lo que mi galante amigo compró una botella de vino y fue a llevársela en agradecimiento a la oficina.

Como anécdota más curiosa ocurrida en una oficina de turismo destacaría la de Viborg, un bonito pueblo danés en el que me dejé caer una tarde. La oficina, situada en una bonita casa de ladrillos cerca de un canal, estaba atendida por una joven de pelo negro azabache (sí, las danesas se tiñen de moreno igual que las españolas de rubio platino con resultados igualmente artificiales) que parecía extrañada de que un visitante le pidiera su opinión acerca de lo que valía la pena hacer en el pueblo. No sé, ¿a usted qué le gusta? A mi ir de compras. Pensé que seguramente en Dinamarca se diría de las morenas lo mismo que aquí de las rubias.

viernes, 29 de febrero de 2008

Sobre los controles en los aeropuertos

Cuando uno tiene que viajar, o viaja por placer, con cierta frecuencia es casi inevitable cambiar el tradicional y cada vez menos frecuente miedo a volar por otra patología a la que podríamos llamar aeropuertofobia. De entre las muchas cosas que se pueden objetar relacionadas con los viajes por aire, dejaré para otro día otras cuestiones incomprensibles como por qué en las tiendas de los aeropuertos todo cuesta el doble que en cualquier otro lugar o por qué las compañías ofrecen asientos en sus aviones con distintos precios cuando el servicio que se ofrece a un pasajero y al que se sienta a su lado y que ha pagado diez veces más o diez veces menos es exactamente el mismo. Hoy me centraré en otra de las pesadillas de volar: los controles de seguridad.

Dado que el servicio de recogida de maletas es lentísimo y a nadie le apetece sumar al ya casi obligatorio retraso mínimo de media hora en todos los vuelos otra media hora para recoger su maleta, y dado también que cuando uno factura su maleta nunca sabe si va a llegar a destino (si vuela con Iberia y tiene que hacer una conexión entre vuelos es casi seguro que la maleta no va a llegar hasta al cabo de muchos días, y sólo con suerte intacta), yo como tantos otros intento no facturar salvo que sea estrictamente imprescindible y llenar la maleta de mano hasta reventar, junto con otros trucos como llevar una segunda maleta de mano más pequeña (por eso luego no hay donde colocar el equipaje en los aviones), etc. Y cada vez nos ponen más difícil lo de no facturar la maleta por los controles de seguridad. Ya no es sólo que en algunos aeropuertos, sobre todo los que trabajan con Ryanair, las colas para pasar el control de seguridad pueden ser de una hora porque sólo hay un agente para todos los pasajeros del vuelo; es que prácticamente hay que hacer un strip-tease integral para pasar por detectores de metales tan ultrasensibles que hasta saltan con un paquete de chicles (sí, no es broma, es que el envoltorio de los chicles suele ser papel de aluminio): creo recordar que hace años solamente pitaban con las llaves, monedas y tal, pero es que ahora hay que quitarse el cinturón, el reloj y, salvo que lleves tenis, los zapatos, lo cual ralentiza el proceso enormemente porque a la mitad de la gente le va a sonar el aparato por una causa u otra; si a mi cada vez se me olvida con más frecuencia quitarme una de las mil cosas que hay que quitarse, no me extraña que la gente mayor no se entere, o que directamente prefiera que la cacheen, por ser mucho más rápido que desvestirse y volver a vestirse. Por no hablar de las nuevas estupideces de tener que sacar los ordenadores aparte y, lo peor y más injustificable, lo de los líquidos.

Reto a cualquiera que trabaje en un aeropuerto o una compañía aérea a darme una justificación medianamente razonable de todo este calvario: en muchas ocasiones los periodistas han demostrado que todo este control, tan molesto para el ciudadado honrado, es perfectamente ineficaz y facilísimo de burlar por parte de aquellos a los que se supone que está destinado, el terrorista o delincuente que sí tiene interés en ocultar algo y que siempre consigue camuflar lo que le interesa llevar. Otra prueba de lo inútil de estos controles es que, una vez pasados, en las tiendas del aeropuerto se pueden adquirir todos los artículos que hayan podido ser incautados en el control del equipaje de mano: tijeras, máquinas de afeitar y todo tipo de objetos cortantes, líquidos, etc. No sé por qué razón un objeto supuestamente peligroso deja de serlo por haber sido adquirido al doble o triple de su precio lógico en la tienda del aeropuerto. Por no hablar de los mecheros, que están perfectamente permitidos a bordo de los aviones.

Por último, tuve en una ocasión la desdichada oportunidad de comprobar cuán inoperante y decorativa es toda la seguridad del aeropuerto. Una tarde en la que el mal tiempo había cancelado la salida de varios vuelos, las compañías como es habitual en estos casos dieron órdenes a sus empleados para que no dieran ningún tipo de información a los pasajeros y fueran lo más remolones posible a la hora de facilitar el libro de reclamaciones; hartos de que les tomaran el pelo diciéndoles cosas como que no sabían si su aeropuerto de destino estaba abierto o cerrado, teniendo al lado el teléfono para llamar a dicho aeropuerto y preguntarlo, algunos pasajeros se amotinaron increpando amenazadoramente a los empleados, que son tratados como carne de cañón por las compañías. La guardia civil y la seguridad del aeropuerto se pasaron por allí .... después de un cuarto de hora, cuando los momentos más difíciles ya habían pasado. El personal estaba totalmente abandonado a su suerte en caso de que la tensión hubiera desembocado en agresiones.

Cuando más tarde nuestro vuelo anunció por fin su salida, algunos pasajeros de un vuelo anterior que todavía no tenía puerta de embarque asignada, se soliviantaron y decidieron que hasta que saliera su vuelo no debía salir ningún otro: se plantaron en la puerta de embarque impidiéndonos entrar e increpando a todo el que se atreviera a decir una palabra en su contra. Las empleadas de Iberia que entregaban las tarjetas de embarque optaron por largarse (no las culpo, puesto que en caso de que aquellos energúmenos se pusieran más violentos, nadie habría impedido que las agredieran) y, tarde, mal y nunca, llegaron la seguridad del aeropuerto y la guardia civil para .... pasearse por allí y no hacer absolutamente nada. El vuelo acabó saliendo dejándonos a varios pasajeros en tierra delante de las narices de la guardia civil y los cuatro (porque eran cuatro) maleducados que nos impidieron entrar en nuestro avión se largaron tan tranquilos y muy complacidos de sí mismos por haberse salido con la suya. No dudo que la próxima ocasión volverán a hacer lo mismo.

Los pasajeros perjudicados pusimos las correspondientes reclamaciones, que nueve meses después siguen sin respuesta. Supongo que algún día algún oficinista de Iberia o de Aena, si es que tiene tiempo entre la cuarta o quinta pausa del cigarrillo y la llamada a la familia a cargo de la empresa, nos escribirá una carta, probablemente llena de errores de redacción, en la que explique que nada de todo aquello fue culpa de su maravillosa compañía, con toda la pachorra propia de quien sabe que la administración tampoco hará nada por apoyar al consumidor sino que enviará otra carta igualmente mal redactada varios meses más tarde, cuando el funcionario de turno se aburra de hablar por teléfono y tomar café. Así que después de pasar todos estos controles de seguridad tan rígidos y más propios de un régimen totalitario que de una democracia, lo cierto es que estamos a merced del primer idiota al que se le antoje impedir el embarque en un vuelo (y esperemos que se conforme con eso y no con secuestrarlo, porque lo tiene igualmente fácil).

Como dato positivo, afortunadamente en los aeropuertos pequeños todavía se puede respirar, son un poco más flexibles y la última vez que volé de Vigo a Madrid, los encargados de la seguridad en Peinador no me hicieron facturar una plancha que llevaba en el equipaje de mano. No dudo que en un aeropuerto tipo Charles de Gaulle o Heathrow me hubieran mirado como si fuera un asesino por intentar llevarla conmigo.

jueves, 31 de enero de 2008

Delft (Países bajos)

Igual que la gente le suele llamar Inglaterra al Reino Unido, le llama Holanda a los Países bajos. Se trata del mismo error, identificar el territorio más grande e importante del país con todo el país, aunque más justificado, porque mientras Escocia tiene un tamaño, una población y una historia propia considerables, Frisia y el resto de regiones que acompañan a Holanda en los Países bajos tienen un peso específico bastante menor, casi todas las ciudades importantes del país son holandesas. Lo de llamar a la lengua neerlandesa, en vez de holandesa, es un término políticamente correcto para que no se sientan excluidos los flamencos.















Desde Amsterdam es relativamente fácil abarcar y recorrer casi todo el país; la única ciudad que pinta bastante lejos de la capital es Maastricht, pero la mayoría de lugares se pueden visitar haciendo excursiones de ida y vuelta en el mismo día. Además en los Países bajos, como en Bélgica, Francia, Suiza y casi todos los países menos España, los billetes de tren son abiertos, es decir, tienen validez durante todo el día y uno puede dividir su trayecto en tantos tramos como quiera, de forma que se pueden visitar varias ciudades pequeñas el mismo día con un sólo billete. Los trenes son frecuentes, de puntualidad aceptable y de horarios bastante amplios, por lo que es cómodo acercarse a una pequeña ciudad como Delft.















Este lugar es famoso por sus cerámicas y por ser centro de investigación para universitarios; aparte de eso, muy poco lo distingue de otras muchas localidades holandesas. Tiene sus canales, su plaza mayor estupendamente conservada, su catedral altísima y sus edificios estrechos de ladrillo típicamente holandeses: es decir, es muy bonito. Y como toda Holanda salvo la capital, es un sitio apacible y tranquilo, poco que ver con la imagen que se tiene del país a través de Amsterdam, que suele consistir en coffee shops, sex-shops y barrios rojos. Supongo que habrá sus locales de marcha, pero al turista ocasional le da la sensación de que a las 7 de la tarde todo está cerrado salvo algún que otro restaurante de precios asequibles. Y, pese al tópico, Delft es la única ciudad holandesa en la que vi un molino, del que adjunto foto. En cuanto al otro cliché, los tulipanes, hace falta ir en primavera, la época en la que florecen, para ver alguno.

Más información.

miércoles, 9 de enero de 2008

Pesadillas de Londres

Mi problema al viajar es que mis destinos favoritos son los más caros: me encanta Escandinavia y mi ciudad favorita es Londres, donde las cosas tienen más o menos el mismo precio que en España ... salvo que hay que cambiar los euros por libras, que son bastante más caras. No creo que tenga mucho sentido hablar de los lugares que hay que visitar allí, si alguien tiene algo nuevo que decir sobre Buckingham Palace, el Big Ben o la torre de Londres no soy yo. Pero sí me gustaría comentar algunos defectos de una ciudad, que por otra parte me encanta, que podrían servir en algunos casos como consejos.

Mis pesadillas personales en Londres:

1 - El metro. Una vez dentro es fácil comprender porque lo llaman the tube. Es, efectivamente, un tubo enano con trenes antiguos y enormemente ruidosos. Por no hablar de su escalofriante precio y del horror que puede llegar a ser comprar el ticket: hay muy pocas máquinas por estación, que además no son capaces de leer billetes: no sé si habrá mucha gente que vaya con la hucha de cerdito a cuestas pero yo no suelo llevar 4 libras y pico en monedas en la cartera. Algunas de las máquinas sí admiten tarjetas de crédito, pero, al menos con la mía, estos lectores funcionan sólo a veces. Así que toca hacer cola en la ventanilla donde atiende una persona; como mucho puede haber dos personas atendiendo y las colas son desesperantes. Además hay que sacarse un billete nuevo todos los días. Al parecer todas estas molestias son intencionadas para que la gente se compre esas dichosas tarjetas Oyster que tienen los londinenses; pero esta ciudad no puede hacer caso omiso de la cantidad tan enorme de turistas que la recorren cada día y que no pueden utilizar tarjetas para residentes.

2 - Las entradas anticipadas para el teatro. Los musicales son uno de los típicos atractivos turísticos de Londres. Como no podía ser de otra forma, los precios de los teatros (proyecten o no musicales) son prohibitivos, por lo que alrededor de Leicester Square proliferan los servicios de venta anticipada que, como por arte de magia, prometen conseguir entradas por la mitad de precio. Esto no es tan fácil, ya que estos servicios no te aseguran que te vayan a conseguir la entrada ni qué día te la podrán conseguir. Para el residente al que no le importa ir una semana u otra está bien, pero el turista se puede encontrar, como me ocurrió a mi, con que te están liando durante dos o tres días y al final te dicen que no te han encontrado ninguna entrada, por lo que es fácil que cuando llegues al teatro ya no quede ningún asiento libre y te pierdas la función. A quien esté pocos días creo que le conviene más comprar la entrada directamente en el teatro: caro pero al menos seguro.

3 - El cine. Supongo que no es habitual que un turista de fin de semana vaya al cine, pero quien vaya a pasar más tiempo en la ciudad o quien sea muy cinéfilo, aparte de que el precio de la entrada es de nuevo horripilante (alrededor de 9 libras en los cines del centro), conviene que se olvide de la puntualidad británica y que entre en la sala con al menos 15 minutos de retraso, que es bastante menos de lo que tardan en proyectar todos los anuncios. Lo de que es mejor ver las películas en pantalla grande para no tener que ver tanta publicidad como en la tele, no es aplicable por esas latitudes. Por otra parte los británicos no están acostumbrados ni al doblaje ni a leer subtítulos, por lo que apenas consumen cine en habla no inglesa: la oferta de la cartelera londinense es bastante inferior en todos los sentidos a la de Madrid o Barcelona, por no hablar de París, auténtico paraíso para el amante del cine. Si coincide bien, puesto que no ofrecen distintos horarios sino un solo pase para cada película, a veces proyectan cosas interesantes por un precio razonable en los cines Prince Charles al lado de Leicester Square.

4 - Los periódicos. Los quioscos ingleses están llenos de tabloides y prensa basura que vomita invenciones y chismes tan divertidos como degradantes tanto para la víctima de la calumnia para el lector. Es mucho mejor aceptar alguno de los periodicuchos que regalan a la entrada del Metro, que al menos son gratuitos y, lo más importante, son locales, por lo que informarán de la cartelera de espectáculos y horario de los museos de la ciudad. La sana costumbre de la prensa española de incluir una sección local no se estila por allí, por lo que si uno quiere saber qué actividades hay en la ciudad un sábado, día en el que no se publican los diarios gratuitos ni tampoco el Evening standard, que sólo cuesta 50 peniques, no tiene más remedio que consultar Internet o comprarse la bastante cara (3 libras) revista Time out.

5 - Los horarios. En Londres uno puede comer a cualquier hora, a las tantas de la mañana es muy fácil encontrar bares en el centro con la cocina a pleno rendimiento; pero esto puede engañar al turista y hacerle pensar que para el resto de actividades es así. Pues no, para salir de marcha conviene ir muy temprano para el horario español. Tiene su lado bueno, porque en España muchas veces las tardes del sábado la gente se aburre espectacularmente esperando a que llegue la madrugada y los locales se llenen de gente. En Londres en cambio, a la que uno se descuida se le pasa el arroz y se encuentra en pleno horario after hours, sin más opción que discotecas chundachunda para adolescentes.

6 - La comida. No por tópico es menos cierto: la cocina inglesa es horrorosa. Y no sólo por la tremenda proliferación de fast food: los ingleses pueden pasarse horas delante del horno para perpetrar de forma premeditada los mayores atentados al gusto y al estómago. En los pubs, que son preciosos, friendly y lo mejor de Inglaterra, se puede degustar, junto con las mejores cervezas, los horrores de la cocina local: pasteles de carne empachosos, verduras mal cocidas, puré de patatas, o todavía peor, el omnipresente fish and chips. Los entrantes y los menús de dos platos a la española allí son tan desconocidos como la fruta o el pescado.
Naturalmente hay muchas cosas buenas en Londres que contrarrestan todos estos problemas de sobra; la cuestión de lo desorbitadamente caro que es todo ya es otra cosa. Conozco ya a dos personas que han tenido que abandonar la ciudad porque, sencillamente, no podían permitirse vivir allí. Pero .... ¿no está ocurriendo ya lo mismo en Madrid y Barcelona?

martes, 25 de diciembre de 2007

Estambul (Turquía)

Aunque prefiero hablar de sitios más pequeños y no tan conocidos, tampoco me resisto a comentar alguna vez cosas de las grandes capitales y centros turísticos. Sobre Estambul, una de las ciudades más bonitas e interesantes de Europa, se puede encontrar cantidad de información en la red; pero probablemente no existan demasiadas fotos de sus lugares emblemáticos cubiertos por la nieve. Viajé allí hace tres años durante el mes de febrero y ya me habían avisado de que en Turquía hacía frío durante el invierno, creo que por vientos y borrascas que vienen de Siberia; pero de ninguna forma me podía imaginar que me encontraría con una tormenta de hielo y que vería más nieve en Estambul que en ningún otro sitio en mi vida. Esto dificultó mucho la visita (era realmente difícil caminar por la calle sin resbalar) pero me permitió sacar estas fotos de la Mezquita Azul teñida de blanco o de la nieve al borde del Bósforo.


Afortunadamente hay lugares interiores que se pueden visitar bajo cualquier circunstancia meteorológica, y que de hecho supongo que se ven mejor en invierno con menor volumen de turistas, como Santa Sofía, la Cisterna o, para quien le gusten las compras, el Gran Bazar; en el famoso palacio Topkapi, en cambio, con mal tiempo se pierde uno las increíbles vistas de la ciudad. En ese caso la opción más razonable es renunciar a pasear y pasar la tarde de maravilla en las teterías, fumando pipas de agua o metiéndose en los baños turcos, caros pero limpios y agradables, sobre todo cuando hace frío fuera. Y disfrutando de buenos restaurantes a buen precio, aunque recomiendo especificar siempre mild a la hora de pedir cualquier cosa salvo a quien tenga un estómago fuerte y le guste la guindilla en todo su esplendor.


Estambul se parece a cualquier otra capital europea en los alrededores de la plaza Taksim; pero en la mayor parte de la ciudad el visitante se encuentra con las ventajas y los inconvenientes de una especie de retorno al pasado: locales con una enorme cantidad de camareros, con una amabilidad totalmente imposible de encontrar en España, donde no existe la prisa ni el estrés. Por otro lado, adoptando un punto de vista muy occidental, uno se puede irritar con detalles como que la interrupción del servicio de tranvías se avise únicamente mediante un papel pequeño escrito a bolígrafo, sólo en turco, mal pegado en la ventanilla de venta de billetes. Los turcos, por otra parte, tampoco están acostumbrados a hacer cola y esperar su turno; allí parece funcionar mejor amontonarse en frente del mostrador y gritar más que los otros para que te hagan caso: al menos esa fue mi experiencia cuando cancelaron mi vuelo de vuelta a España en el aeropuerto por la tormenta de nieve.