martes, 25 de diciembre de 2007

Estambul (Turquía)

Aunque prefiero hablar de sitios más pequeños y no tan conocidos, tampoco me resisto a comentar alguna vez cosas de las grandes capitales y centros turísticos. Sobre Estambul, una de las ciudades más bonitas e interesantes de Europa, se puede encontrar cantidad de información en la red; pero probablemente no existan demasiadas fotos de sus lugares emblemáticos cubiertos por la nieve. Viajé allí hace tres años durante el mes de febrero y ya me habían avisado de que en Turquía hacía frío durante el invierno, creo que por vientos y borrascas que vienen de Siberia; pero de ninguna forma me podía imaginar que me encontraría con una tormenta de hielo y que vería más nieve en Estambul que en ningún otro sitio en mi vida. Esto dificultó mucho la visita (era realmente difícil caminar por la calle sin resbalar) pero me permitió sacar estas fotos de la Mezquita Azul teñida de blanco o de la nieve al borde del Bósforo.


Afortunadamente hay lugares interiores que se pueden visitar bajo cualquier circunstancia meteorológica, y que de hecho supongo que se ven mejor en invierno con menor volumen de turistas, como Santa Sofía, la Cisterna o, para quien le gusten las compras, el Gran Bazar; en el famoso palacio Topkapi, en cambio, con mal tiempo se pierde uno las increíbles vistas de la ciudad. En ese caso la opción más razonable es renunciar a pasear y pasar la tarde de maravilla en las teterías, fumando pipas de agua o metiéndose en los baños turcos, caros pero limpios y agradables, sobre todo cuando hace frío fuera. Y disfrutando de buenos restaurantes a buen precio, aunque recomiendo especificar siempre mild a la hora de pedir cualquier cosa salvo a quien tenga un estómago fuerte y le guste la guindilla en todo su esplendor.


Estambul se parece a cualquier otra capital europea en los alrededores de la plaza Taksim; pero en la mayor parte de la ciudad el visitante se encuentra con las ventajas y los inconvenientes de una especie de retorno al pasado: locales con una enorme cantidad de camareros, con una amabilidad totalmente imposible de encontrar en España, donde no existe la prisa ni el estrés. Por otro lado, adoptando un punto de vista muy occidental, uno se puede irritar con detalles como que la interrupción del servicio de tranvías se avise únicamente mediante un papel pequeño escrito a bolígrafo, sólo en turco, mal pegado en la ventanilla de venta de billetes. Los turcos, por otra parte, tampoco están acostumbrados a hacer cola y esperar su turno; allí parece funcionar mejor amontonarse en frente del mostrador y gritar más que los otros para que te hagan caso: al menos esa fue mi experiencia cuando cancelaron mi vuelo de vuelta a España en el aeropuerto por la tormenta de nieve.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Amberes (Bélgica)

Es muy cierto que Bélgica se encuentra indecisa y a medio camino entre la Europa latina y la germánica. Quien haya estado allí sabe que no se trata de un país bilingüe sino de dos comunidades monolingües: los flamencos al norte y los valones al sur; ni siquiera en Bruselas, la única ciudad en teoría bilingüe, se puede apreciar ninguna convivencia entre las lenguas puesto que el dominio del francés es aplastante. El equilibrio un tanto inestable entre las dos comunidades viene de que, por una parte, los francófonos (valones) hablan uno de los principales idiomas de Europa y por otra los de habla holandesa, o para ser rigurosos, neerlandesa (flamencos), tienen mayor poder económico y las principales ciudades del país. Como todas las localidades conocidas del país menos la capital y Lieja, Amberes (Antwerpen en holandés, Anvers en francés) pertenece a Flandes (de hecho es su principal ciudad con 460.000 habitantes) por lo que el turista no encontrará ningún cartel en francés ni ningún lugareño que le hable en ese idioma; aunque conozcan la lengua de Molière, los flamencos le hablarán siempre en inglés.

En Amberes uno podría pensar que se encuentra en los Países Bajos hasta que empieza a notar ciertos detalles de estilo francés que desentonan, como que los trenes no funcionan con precisión germánica sino que las huelgas y retrasos son frecuentes, o que las iglesias son católicas. Sin embargo, la huella protestante es evidente en los típicos edificios estrechos de ladrillo y tejado piramidal que pueblan toda la zona centro. Amberes no es tan de cuento como Gante o Brujas, carece de canales en la zona centro, algo raro por esos lares, y es mucho menos turístico. Aunque la ciudad arrastre la fama de fea de todos los sitios portuarios, algunas de sus zonas son casi igual de bonitas que las de cualquier otra ciudad belga: aparte de la catedral y la plaza mayor, podemos destacar la pulcritud de la estación central de tren, la amplia calle de tiendas o el castillo en las orillas del río.



Ahí acabaría la visita convencional, pero tal vez el turista amante de emociones más fuertes quiera echarle un vistazo al barrio rojo: allí las señoritas se ofrecen en escaparates como en Amsterdam pero no en plena zona turística de canales como espectáculo y curiosidad casi para todos los públicos; lo de Amberes es de verdad, por allí sólo pasan, que no pasean, hombres solitarios y clientes potenciales, además de los proxenetas de la mafia; el silencio es casi total en las calles y ni que decir tiene que si uno quiere mantener la integridad física, mejor que no saque la cámara de fotos del estuche.

Para más información, pinchen aquí.