jueves, 31 de enero de 2008

Delft (Países bajos)

Igual que la gente le suele llamar Inglaterra al Reino Unido, le llama Holanda a los Países bajos. Se trata del mismo error, identificar el territorio más grande e importante del país con todo el país, aunque más justificado, porque mientras Escocia tiene un tamaño, una población y una historia propia considerables, Frisia y el resto de regiones que acompañan a Holanda en los Países bajos tienen un peso específico bastante menor, casi todas las ciudades importantes del país son holandesas. Lo de llamar a la lengua neerlandesa, en vez de holandesa, es un término políticamente correcto para que no se sientan excluidos los flamencos.















Desde Amsterdam es relativamente fácil abarcar y recorrer casi todo el país; la única ciudad que pinta bastante lejos de la capital es Maastricht, pero la mayoría de lugares se pueden visitar haciendo excursiones de ida y vuelta en el mismo día. Además en los Países bajos, como en Bélgica, Francia, Suiza y casi todos los países menos España, los billetes de tren son abiertos, es decir, tienen validez durante todo el día y uno puede dividir su trayecto en tantos tramos como quiera, de forma que se pueden visitar varias ciudades pequeñas el mismo día con un sólo billete. Los trenes son frecuentes, de puntualidad aceptable y de horarios bastante amplios, por lo que es cómodo acercarse a una pequeña ciudad como Delft.















Este lugar es famoso por sus cerámicas y por ser centro de investigación para universitarios; aparte de eso, muy poco lo distingue de otras muchas localidades holandesas. Tiene sus canales, su plaza mayor estupendamente conservada, su catedral altísima y sus edificios estrechos de ladrillo típicamente holandeses: es decir, es muy bonito. Y como toda Holanda salvo la capital, es un sitio apacible y tranquilo, poco que ver con la imagen que se tiene del país a través de Amsterdam, que suele consistir en coffee shops, sex-shops y barrios rojos. Supongo que habrá sus locales de marcha, pero al turista ocasional le da la sensación de que a las 7 de la tarde todo está cerrado salvo algún que otro restaurante de precios asequibles. Y, pese al tópico, Delft es la única ciudad holandesa en la que vi un molino, del que adjunto foto. En cuanto al otro cliché, los tulipanes, hace falta ir en primavera, la época en la que florecen, para ver alguno.

Más información.

miércoles, 9 de enero de 2008

Pesadillas de Londres

Mi problema al viajar es que mis destinos favoritos son los más caros: me encanta Escandinavia y mi ciudad favorita es Londres, donde las cosas tienen más o menos el mismo precio que en España ... salvo que hay que cambiar los euros por libras, que son bastante más caras. No creo que tenga mucho sentido hablar de los lugares que hay que visitar allí, si alguien tiene algo nuevo que decir sobre Buckingham Palace, el Big Ben o la torre de Londres no soy yo. Pero sí me gustaría comentar algunos defectos de una ciudad, que por otra parte me encanta, que podrían servir en algunos casos como consejos.

Mis pesadillas personales en Londres:

1 - El metro. Una vez dentro es fácil comprender porque lo llaman the tube. Es, efectivamente, un tubo enano con trenes antiguos y enormemente ruidosos. Por no hablar de su escalofriante precio y del horror que puede llegar a ser comprar el ticket: hay muy pocas máquinas por estación, que además no son capaces de leer billetes: no sé si habrá mucha gente que vaya con la hucha de cerdito a cuestas pero yo no suelo llevar 4 libras y pico en monedas en la cartera. Algunas de las máquinas sí admiten tarjetas de crédito, pero, al menos con la mía, estos lectores funcionan sólo a veces. Así que toca hacer cola en la ventanilla donde atiende una persona; como mucho puede haber dos personas atendiendo y las colas son desesperantes. Además hay que sacarse un billete nuevo todos los días. Al parecer todas estas molestias son intencionadas para que la gente se compre esas dichosas tarjetas Oyster que tienen los londinenses; pero esta ciudad no puede hacer caso omiso de la cantidad tan enorme de turistas que la recorren cada día y que no pueden utilizar tarjetas para residentes.

2 - Las entradas anticipadas para el teatro. Los musicales son uno de los típicos atractivos turísticos de Londres. Como no podía ser de otra forma, los precios de los teatros (proyecten o no musicales) son prohibitivos, por lo que alrededor de Leicester Square proliferan los servicios de venta anticipada que, como por arte de magia, prometen conseguir entradas por la mitad de precio. Esto no es tan fácil, ya que estos servicios no te aseguran que te vayan a conseguir la entrada ni qué día te la podrán conseguir. Para el residente al que no le importa ir una semana u otra está bien, pero el turista se puede encontrar, como me ocurrió a mi, con que te están liando durante dos o tres días y al final te dicen que no te han encontrado ninguna entrada, por lo que es fácil que cuando llegues al teatro ya no quede ningún asiento libre y te pierdas la función. A quien esté pocos días creo que le conviene más comprar la entrada directamente en el teatro: caro pero al menos seguro.

3 - El cine. Supongo que no es habitual que un turista de fin de semana vaya al cine, pero quien vaya a pasar más tiempo en la ciudad o quien sea muy cinéfilo, aparte de que el precio de la entrada es de nuevo horripilante (alrededor de 9 libras en los cines del centro), conviene que se olvide de la puntualidad británica y que entre en la sala con al menos 15 minutos de retraso, que es bastante menos de lo que tardan en proyectar todos los anuncios. Lo de que es mejor ver las películas en pantalla grande para no tener que ver tanta publicidad como en la tele, no es aplicable por esas latitudes. Por otra parte los británicos no están acostumbrados ni al doblaje ni a leer subtítulos, por lo que apenas consumen cine en habla no inglesa: la oferta de la cartelera londinense es bastante inferior en todos los sentidos a la de Madrid o Barcelona, por no hablar de París, auténtico paraíso para el amante del cine. Si coincide bien, puesto que no ofrecen distintos horarios sino un solo pase para cada película, a veces proyectan cosas interesantes por un precio razonable en los cines Prince Charles al lado de Leicester Square.

4 - Los periódicos. Los quioscos ingleses están llenos de tabloides y prensa basura que vomita invenciones y chismes tan divertidos como degradantes tanto para la víctima de la calumnia para el lector. Es mucho mejor aceptar alguno de los periodicuchos que regalan a la entrada del Metro, que al menos son gratuitos y, lo más importante, son locales, por lo que informarán de la cartelera de espectáculos y horario de los museos de la ciudad. La sana costumbre de la prensa española de incluir una sección local no se estila por allí, por lo que si uno quiere saber qué actividades hay en la ciudad un sábado, día en el que no se publican los diarios gratuitos ni tampoco el Evening standard, que sólo cuesta 50 peniques, no tiene más remedio que consultar Internet o comprarse la bastante cara (3 libras) revista Time out.

5 - Los horarios. En Londres uno puede comer a cualquier hora, a las tantas de la mañana es muy fácil encontrar bares en el centro con la cocina a pleno rendimiento; pero esto puede engañar al turista y hacerle pensar que para el resto de actividades es así. Pues no, para salir de marcha conviene ir muy temprano para el horario español. Tiene su lado bueno, porque en España muchas veces las tardes del sábado la gente se aburre espectacularmente esperando a que llegue la madrugada y los locales se llenen de gente. En Londres en cambio, a la que uno se descuida se le pasa el arroz y se encuentra en pleno horario after hours, sin más opción que discotecas chundachunda para adolescentes.

6 - La comida. No por tópico es menos cierto: la cocina inglesa es horrorosa. Y no sólo por la tremenda proliferación de fast food: los ingleses pueden pasarse horas delante del horno para perpetrar de forma premeditada los mayores atentados al gusto y al estómago. En los pubs, que son preciosos, friendly y lo mejor de Inglaterra, se puede degustar, junto con las mejores cervezas, los horrores de la cocina local: pasteles de carne empachosos, verduras mal cocidas, puré de patatas, o todavía peor, el omnipresente fish and chips. Los entrantes y los menús de dos platos a la española allí son tan desconocidos como la fruta o el pescado.
Naturalmente hay muchas cosas buenas en Londres que contrarrestan todos estos problemas de sobra; la cuestión de lo desorbitadamente caro que es todo ya es otra cosa. Conozco ya a dos personas que han tenido que abandonar la ciudad porque, sencillamente, no podían permitirse vivir allí. Pero .... ¿no está ocurriendo ya lo mismo en Madrid y Barcelona?