miércoles, 19 de marzo de 2008

Las oficinas de turismo

Quien haga turismo con frecuencia sabe que las oficinas de atención al visitante en las distintas ciudades son de lo más variopinto; por lo general abundan en ellas los folletos con informaciones obsoletas y su utilidad, que podría ser mucho más amplia, se limita a dispensar planos de la ciudad, por lo general de forma gratuita. Su principal defecto es su horario: resulta que cierran los domingos, que son los días en los que un lugar tiene mayor afluencia de visitas, al caer la tarde y, en los países latinos, también a mediodía, otra hora habitual de llegada de los turistas. ¿Sería muy utópico colocar planos y folletos que estuvieran disponibles las 24 horas, incluso estando cerrada la oficina? ¿Es de suponer que una pila de mapas se agotaría a los pocos minutos? Tal vez, pero mucho más papel se gasta en causas bastante más inútiles.

Respecto a las informaciones y la atención que se presta al visitante, no se puede establecer una norma general ni es fácil saber si los ejemplos positivos o negativos se refieren a la pericia de la persona que nos atendió en concreto o es política de la casa. En cualquier caso, como ejemplos de oficinas de turismo de poca utilidad pondría la de Bruselas, en la que si uno pregunta por trenes u otros medios de transporte hacia las otras ciudades belgas la única información que te dan es la dirección de la estación de tren para que preguntes allí. Como ejemplo contrario, mi mejor experiencia fue en Locarno, ciudad de la Suiza italiana en cuya oficina de turismo una amabilísima empleada consiguió llevar a cabo la imposible tarea de encontrarnos a un amigo y a mi una habitación donde pasar la noche un día de agosto durante la celebración del festival de cine en la localidad, toda una odisea. La mujer, aparte de dominar el inglés más las tres lenguas de Suiza, italiano, francés y alemán, se molestó en hacer llamadas a no sé cuantos sitios durante una media hora; de no ser por su gestión nuestra imprudencia de no haber hecho ninguna reserva nos habría llevado a dormir en el coche, por lo que mi galante amigo compró una botella de vino y fue a llevársela en agradecimiento a la oficina.

Como anécdota más curiosa ocurrida en una oficina de turismo destacaría la de Viborg, un bonito pueblo danés en el que me dejé caer una tarde. La oficina, situada en una bonita casa de ladrillos cerca de un canal, estaba atendida por una joven de pelo negro azabache (sí, las danesas se tiñen de moreno igual que las españolas de rubio platino con resultados igualmente artificiales) que parecía extrañada de que un visitante le pidiera su opinión acerca de lo que valía la pena hacer en el pueblo. No sé, ¿a usted qué le gusta? A mi ir de compras. Pensé que seguramente en Dinamarca se diría de las morenas lo mismo que aquí de las rubias.