Afortunadamente hay lugares interiores que se pueden visitar bajo cualquier circunstancia meteorológica, y que de hecho supongo que se ven mejor en invierno con menor volumen de turistas, como Santa Sofía, la Cisterna o, para quien le gusten las compras, el Gran Bazar; en el famoso palacio Topkapi, en cambio, con mal tiempo se pierde uno las increíbles vistas de la ciudad. En ese caso la opción más razonable es renunciar a pasear y pasar la tarde de maravilla en las teterías, fumando pipas de agua o metiéndose en los baños turcos, caros pero limpios y agradables, sobre todo cuando hace frío fuera. Y disfrutando de buenos restaurantes a buen precio, aunque recomiendo especificar siempre mild a la hora de pedir cualquier cosa salvo a quien tenga un estómago fuerte y le guste la guindilla en todo su esplendor.
Estambul se parece a cualquier otra capital europea en los alrededores de la plaza Taksim; pero en la mayor parte de la ciudad el visitante se encuentra con las ventajas y los inconvenientes de una especie de retorno al pasado: locales con una enorme cantidad de camareros, con una amabilidad totalmente imposible de encontrar en España, donde no existe la prisa ni el estrés. Por otro lado, adoptando un punto de vista muy occidental, uno se puede irritar con detalles como que la interrupción del servicio de tranvías se avise únicamente mediante un papel pequeño escrito a bolígrafo, sólo en turco, mal pegado en la ventanilla de venta de billetes. Los turcos, por otra parte, tampoco están acostumbrados a hacer cola y esperar su turno; allí parece funcionar mejor amontonarse en frente del mostrador y gritar más que los otros para que te hagan caso: al menos esa fue mi experiencia cuando cancelaron mi vuelo de vuelta a España en el aeropuerto por la tormenta de nieve.