


Aunque no tiene aeropuerto propio (el más cercano es el de Le Havre) es fácil llegar a la ciudad por transporte público; hay una frecuencia aceptable de trenes entre Rouen y la estación de Saint Lazare en París (bastante céntrica, próxima a la Opera y la Madeleine). El viaje dura hora y media; eso sí, sin aire acondicionado, más bien raro en los trenes franceses, aunque el clima del norte de Francia es bastante suave en verano y durante mi estancia en pleno julio necesité el paraguas casi más que las gafas de sol. Rouen es pequeño y se puede visitar en uno o dos días, pero es un buen centro de operaciones para visitar Normandía, una región bellísima, o incluso hacer alguna escapada a Bretaña o a Amiens en Picardía; incluso el famoso Mont Saint Michel no está demasiado lejos, sobre todo teniendo en cuenta que no está cerca de nada.
Como París, Rouen también está dividida en dos por el Sena y cuenta con una isla en medio del río, pero a diferencia de la capital, la orilla izquierda o rive gauche del río tiene muy poco interés turístico, y lo mismo se puede decir de la isla: es la zona moderna e industrial. El casco histórico, así como la estación del tren, se encuentran íntegramente en la rive droite. La espectacular catedral gótica se encuentra en medio de una plaza bastante próxima a los muelles del Sena, nada lejos de la calle central del casco viejo, la calle del Gran Reloj (Gros Horloge), el otro punto emblemático de la ciudad.
Esta avenida va a dar a la segunda plaza más famosa de Rouen, la plaza del mercado, más conocida con el nombre de la heroína local, place Jeanne d'Arc. En el centro de la plaza, unas flores marcan el punto en el que se situó la pira en la que fue quemada vida la patrona de Francia; una iglesia de extrañísima forma rodea el lugar, y a su vez es rodeada por gran número de cafés, restaurantes y alguna que otra tienda de souvenirs, pero no muchas, hay una cierta cantidad de turistas franceses y alemanes pero incluso en verano son los normandos haciendo su vida cotidiana los que predominan en las calles.
La otra zona cuya visita es imprescindible para el turista es el barrio de Saint Mclou, una sucesión de preciosas casas vikingas coronada por otra colosal iglesia gótica (más que habituales en la región).
Para obtener una buena vista aérea de los tejados del centro de Rouen puede uno subir al Gros Horloge, o si está dispuesto a escalar un poco, a la montaña de Sainte Catherine, a una media hora a pie del centro (lamentablemente el día que subí yo el tiempo no ayudaba y la visibilidad no era gran cosa).
Aparte de las visitas a la ciudad y a los alrededores, Rouen tiene unos cuantos restaurantes y, al menos en verano, una vida nocturna aceptable por los muchos bares y pubs, tanto de estilo inglés/irlandés como local, de su casco antiguo. Los normandos son amantes de la sidra y del queso Camembert, que es original de la región, pero tal vez estas sean las únicas peculiaridades de la cocina normanda con respecto a otras zonas del país. Por último, a pesar de los tópicos, los franceses de provincias son muy amables con los turistas, al menos con los que hablan o intentan hablar francés así que es conveniente echar mano del poco o mucho idioma de Molière que se sepa; y naturalmente decir siempre bonjour antes de nada.
Más información en la web de la oficina de turismo.
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